Cincuenta días después de su Resurrección envió Jesús desde el cielo el Espíritu Santo sobre sus discípulos. Dio comienzo entonces el tiempo de la Iglesia.
El día de Pentecostés el Espíritu Santo hizo de los temerosos apóstoles testigos valientes de Cristo. En poquísimo tiempo se bautizaron miles de personas: era la hora del nacimiento de la Iglesia. El prodigio de las lenguas de pentecostés nos muestra que la Iglesia existe desde el comienzo para todos; es universal (término latino para el griego católica) y misionera. Se dirige a todos los hombres, supera barreras étnicas y lingüísticas y puede ser entendida por todos. Hasta hoy el Espíritu Santo es el elixir vital de la Iglesia.