La Santa Cueva de Covadonga es un santuario católico situado en el Principado de Asturias en el norte de España. Se trata de una gruta en las estribaciones del Monte Auseva, en los Picos de Europa. Aquí se encuentra la Virgen de Covadonga, también llamada cariñosamente por los asturianos «La Santina».
El nombre de Covadonga significa Cueva de la Señora, ya que procede de la expresión latina Cova Dominica, la cual se ha ido transformando hasta llegar a la palabra actual: Covadonga.
Poco antes de entrar en el túnel de la Santa Cueva, arriba a nuestra derecha podemos encontrar esta campana. Cumple una función meramente decorativa, pesa 5000 Kg. Mide 3 metros de altura y es donación al Santuario de un conde suizo (Sizzo-Noris) y de D. Luis González Herrero. La campana, obra de Xaviero Sortini y primer premio en la exposición universal de París de 1900, está bellamente decorada con imágenes de la Divina Comedia de Dante.
Al entrar en la cueva vemos a la gente en silencio, con gran respeto y devoción, encendiendo velas en actitud orante, pidiendo así la intercesión de la Virgen para que Cristo, que es la Luz, ilumine nuestras vidas y disipe las tinieblas.
La Santina es una imagen de María muy querida por todo el pueblo asturiano, ya sea por motivos históricos, tradición o por experiencia religiosa personal. Está arraigada profundamente en la gente de esta tierra y constituye uno de los signos con más fuerza y poder de convocatoria de todo Asturias.
La talla que hoy también podemos ver de madera de roble es del siglo XVI. Sus medidas son 71,4 cm de altura, incluyendo la peana. La anchura llega a 46 cm, y la profundidad a 21. El Niño actual ha sido colocado en el año 1704, sobre la mano izquierda de la Madre.
En su vestidura merece destacarse el manto que luce Nuestra Señora desde los hombros hasta los pies y cae en su parte posterior en ángulo hasta la base de la peana. Sus colores cambian según los tiempos litúrgicos. El manto más habitual es de color rojo púrpura, con una cenefa dorada. Se completa con el jubón, camisa de manga larga ceñida al talle, y la basquiña o falda con sencillas estampaciones de motivos florales.
Justo debajo de la Santa Cueva se encuentra la fuente de los 7 caños, tiene forma de copa de la que caen siete pequeños chorros, se le puede denominar fuente de los Sacramentos.
Aunque popularmente se le conoce como «fuente del matrimonio», porque una copla antigua del folklore asturiano dice: «La Virgen de Covadonga tiene una fuente muy clara, la niña que de ella beba dentro del año se casa».
D. Pelayo, primer rey del naciente reino asturiano y vencedor de la batalla de Covadonga sobre los bereberes con base en Gijón, estableció la primera capital de Asturias en Cangas de Onís, a principios del siglo VIII. A su vez quiso dedicar un lugar para la devoción permanente de la Virgen, a quien se atribuía la ayuda decisiva para vencer en la épica batalla. Eligió esta cueva que ya de antiguo y antes de la llegada de los romanos, había sido utilizada para diversos rituales celtas.
Posteriormente, los sucesores en el trono de D. Pelayo, el rey Alfonso I y su esposa Dña. Hermelinda, mandaron construir una iglesia y un monasterio benedictino.
En la Cueva podemos encontrar a la derecha, poco antes de la imagen de la Virgen, el sepulcro de D. Pelayo. Y un poco más escondido se encuentra también el sepulcro de D. Alfonso I y su mujer Hermelinda (hija de D. Pelayo).
A unos pocos metros de la cueva de Santina se encuentra la Basílica de Santa María la real de Covadonga. Fue el Arzobispo de Oviedo D. Benito Sanz y Florés el impulsor de la construcción de un gran templo monumental que devolviera a Covadonga el esplendor de otros tiempos. Comenzó su construcción en 1886 y fue bendecida e inaugurada el 7 de septiembre de 1901. Encarga para ello los planos a Roberto Frassinelli, aunque el proyecto definitivo lo culminaría su sucesor Federico Aparici.
Es de estilo Neo-Románico, está hecha en piedra rosácea y marmórea sacada de las mismas montañas de Covadonga y consta de una nave central y tres ábsides escalonados, crucero y dos altas torres en la fachada occidental en la que se abre un pórtico de triple arco.
En el interior destacan algunas obras de arte como un cuadro de Luis de Madrazo que representa la «Proclamación de Rey Pelayo», otro de Vicente Carducho que representa «la Anunciación» y una bellísima imagen de Nuestra Señora hecha por el escultor catalán Juan Samsó.
También el visitante podrá apreciar detrás del altar una réplica de la Cruz de la Victoria, obra de Miranda, a la derecha la Capilla de San Pedro Poveda, a la izquierda la Capilla del Santísimo y arriba en el lateral se puede ver el órgano, inaugurado en el año 2001.
La cripta de la Basílica de Covadonga es un espacio de culto muy especial, y como tantos lugares en el Real Sitio guarda fascinantes historias.
Las obras de la cripta fueron dirigidas por Roberto Frassinelli, el famoso “alemán de Corao”. Las Asturias indianas tienen presente la influencia en Covadonga y una muestra de ello es el altar de mármol de la cripta, que fue donado por Antonio Monasterio, asturiano residente en Cuba. Sobre este altar luce una virgen de marfil, y que le da un aire distinto y cosmopolita a una cripta que tiene algunas obras notables de imaginería, y cuya luz natural se cuela a través de unas vidrieras, y que cuenta además con un enorme confesionario.
Por ultimo no debemos olvidar hablar del Museo donde los visitantes podrán ver y conocer la historia de este histórico Santuario desde la legendaria batalla con la que dio comienzo la Reconquista, iniciada por Don Pelayo (Fundador de la Monarquía), así como también las distintas transformaciones que ha sufrido a lo largo de su historia.
La imagen de la Virgen de Covadonga nos recuerda y hace vivir lo que ella representa en la historia de la salvación para Jesús y para sus discípulos de ayer y de hoy. Esta cordialmente arraigada en el pueblo asturiano y español. Sobre todo, en los emigrantes que, alejados un tiempo de su tierrina natal, al retornar, sienten como un deber cordial acudir a Covadonga, como se acude al hogar de la Madre. Es un signo que, por encima de cualquier división, une a todos los hijos de este territorio que llamamos Asturias.