El primer mandamiento nos pide amar a Dios, ponerle en primer lugar en nuestra vida y nos previene de caer en la idolatría. La idolatría es poner un ídolo en lugar de Dios, es toda persona u objeto que ocupa el lugar privilegiado que sólo debería ocupar Dios.
No se refiere a imágenes en los templos, pues éstas sólo son una representación de lo sagrado, no lo sagrado en sí mismo. Son como una fotografía de nuestra familia, o un dibujo en un libro para un niño que le ayuda a hacer presente algo que no percibe sensiblemente.
¿Qué son ídolos entonces? La televisión ocupa un espacio preferente en el hogar y también un tiempo diario con el que cerramos el día. El dinero es otro ídolo que mueve a muchos a renunciar a su tiempo con la familia, sus principios y valores, a la honestidad, convirtiéndose en aquello que mueve y rige mi vida. El dinero es necesario, pero no es lo primero. El sexo sin amor, la pornografía o la prostitución que se nos cuela en las películas, en Internet, en nuestros deseos y pensamientos, en nuestros actos… es otro ídolo que millones adoran diariamente y mueve miles de millones de dólares. Mi propio yo, que a menudo quiero ser el centro de las conversaciones, de las miradas, de la admiración y pasar por encima de los demás. A menudo nos convertimos en nuestros propios ídolos y sustituimos a Dios tomando decisiones sin Él, queriendo vivir a sus espaldas…
La comodidad, la propia imagen, las redes sociales, el móvil, el consumo compulsivo e innecesario, el alcohol, las drogas, futbolistas, actores, cantantes… ¡cuántos ídolos! Alguno incluso no es malo en sí, pero nosotros los elevamos a lo más alto, a lo primero. ¿Cuál es el tuyo?
El Señor nos invita a poner las cosas en su sitio. Si Él ocupa el lugar privilegiado de nuestra vida, nuestro pensamiento, nuestra palabra y nuestro corazón, todo será distinto, todo irá bien.
