Jeremías 17:14 – «sáname, Señor, y seré sano; sálvame y seré salvo, porque tú eres mi alabanza”.
El profeta Jeremías clama al Señor “sáname”. Lo hace en nombre del pueblo de Israel que, a su vez, nos representa también a nosotros. Ése es el primer paso: reconocer que estamos enfermos.
Nuestra enfermedad puede ser física, literalmente en algún órgano de nuestro cuerpo, como tantos que sufren de tantas enfermedades en hospitales o en casas; pero también puede ser espiritual, y esto es más común (pereza, envidia, soberbia, falsedad…) y más grave.
En un sentido profundo, toda la humanidad estamos enfermos por el pecado. A cada uno nos afecta de manera distinta y, por más que nos proponemos no vivir en pecado, no podemos por nuestros propios medios. De esta conciencia viene esta súplica, esta petición al Señor. “sálvame” Viene de la confianza en que sólo Él puede sanarnos, salvarnos del mal. ¿Tenemos nosotros la misma conciencia de pecado? ¿Hemos identificado nuestra enfermedad? ¿Somos capaces de confiar así en Dios como para pedirle con insistencia que nos salve?
La respuesta de Dios es Jesús, quien ha venido para sanarnos. Se ha hecho hombre por amor a ti, ha dado su vida por ti con un amor que nadie más tiene. Él nos promete que quien acuda con confianza a Él, no quedará defraudado. Confiar significa ponernos en manos de quien sabemos puede darnos lo que necesitamos, como un médico, y no siempre es lo que queremos inmediatamente. Sin esa fe, no hay curación.
Vamos a pedir con fe por nuestra enfermedad y por la de otros. Amén.