«Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’ y decís bien, porque lo soy».
Los primeros cristianos hablaban con naturalidad de Jesús como el «Señor», sabiendo que en el antiguo testamento esta denominación estaba reservada para dirigirse a Dios. Mediante numerosos signos Jesús les había demostrado que él tiene poder divino sobre la naturaleza, los demonios, el pecado y la muerte. El origen divino de la misión de Jesús se reveló en la Resurrección de los muertos. Santo Tomás confiesa: «Señor mío y Dios mío». Esto quiere decir para nosotros: si Jesús es el Señor, un cristiano no debe doblar su rodilla ante ningún otro poder.