Lo que amenaza realmente al matrimonio es el pecado; lo que lo renueva es el perdón; lo que lo fortalece es la oración y la confianza en la presencia de Dios.
El conflicto entre hombres y mujeres, que precisamente en los matrimonios llega en ocasiones al odio recíproco, no es una señal de la incompatibilidad de los sexos; tampoco hay una disposición genética a la infidelidad o una limitación psíquica especial ante compromisos para toda la vida. Ciertamente muchos matrimonios están en peligro por la falta de una cultura del diálogo o la falta de respeto. A ello se añaden problemas económicos y sociales. El papel decisivo lo tiene la realidad del pecado: celos, despotismo, riñas, concupiscencia, infidelidad y otras fuerzas destructoras. Por ello el perdón y la reconciliación forman parte esencial de todo matrimonio, también a través de la confesión.