En la prostitución el «amor» se convierte en mercancía y la persona queda degradada como mero objeto de placer. Por ello la prostitución es una falta grave contra la dignidad humana y un pecado grave contra el amor.
Quienes sacan beneficios de la prostitución -quienes se dedican a la trata de blancas, los proxenetas, los clientes- tienen mayor culpa sin duda que las mujeres, hombres, niños y adolescentes que frecuentemente venden su cuerpo bajo presión o dependencia.