El origen más hondo de la Liturgia es Dios, en quien existe una fiesta eterna y celestial del amor: la fiesta de la alegría del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Puesto que Dios es amor, quiere hacernos partícipes de la celebración de su alegría y regalarnos su bendición.
Nuestros actos de culto terrenos tienen que ser celebraciones llenas de belleza y energía. Celebraciones del Padre, que nos ha creado, por eso los dones de la tierra tienen un papel tan importante: el pan, el vino, el aceite y la luz, el perfume del incienso, música divina y colores espléndidos. Celebraciones del Hijo, que nos ha salvado, por eso nos alegramos de nuestra liberación, respiramos hondamente escuchando la Palabra, nos fortalecemos al comer los dones eucarísticos. Celebraciones del Espíritu Santo, que vive en nosotros, por eso la riqueza desbordante de consuelo, conocimiento, valor, fuerza y bendición que brota de las asambleas sagradas.