En la celebración litúrgica el tiempo se convierte en tiempo para Dios.
A menudo no sabemos qué hacer con nuestro tiempo y nos buscamos un pasatiempo. En la Liturgia el tiempo se vuelve muy denso, porque cada segundo está lleno de sentido. Cuando celebramos el culto, experimentamos que Dios ha santificado el tiempo y que ha hecho de cada segundo un acceso a la eternidad.