«No creáis», dice Jesús en el sermón de la montaña, «que he venido a abolir la ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud».
La plenitud de la ley antigua es la ley evangélica, que extrae de aquella todas sus virtualidades; no añade preceptos exteriores nuevos, pero reforma la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo bueno y lo malo.