Jesús hizo verdaderos milagros, así como los apóstoles. Los autores del Nuevo Testamento se refieren a sucesos reales.
Ya las fuentes más antiguas nos informan de numerosos milagros, incluso de resurrecciones de muertos, como confirmación del anuncio de Jesús: «Pero si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios». Los milagros sucedieron en lugares públicos, las personas afectadas eran conocidas a veces incluso por su nombre, por ejemplo el ciego Bartimeo o la suegra de Pedro. También hubo milagros que representaban para el entorno judío delitos escandalosos (por ejemplo la curación de un paralítico en sábado, la curación de leprosos), y que, sin embargo, no fueron negados por los judíos contemporáneos de Jesús.