Sin el Espíritu Santo no se puede comprender a Jesús. En su vida se mostró como nunca antes la presencia del Espíritu de Dios, que denominamos Espíritu Santo.
Fue el Espíritu Santo quien llamó a la vida humana a Jesús en el seno de la Virgen María, lo confirmó como el Hijo amado, lo guio y lo vivificó hasta el final. En la Cruz Jesús exhaló el Espíritu. Después de su resurrección otorgó a sus discípulos el Espíritu Santo. Con ello el Espíritu pasó a la Iglesia: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».