El octavo mandamiento nos enseña a no mentir. Mentir significa hablar u obrar consciente y voluntariamente contra la verdad. Quien miente se engaña a sí mismo y conduce al error a otros que tienen derecho a no ser engañados.
Toda mentira atenta contra la justicia y la caridad. La mentira es una forma de violencia; introduce el germen de la división en una comunidad y socava la confianza sobre la que se funda toda comunidad humana.